En estos tiempos de fascinación tecnológica, es fácil dejarse impresionar por la inteligencia artificial. Nos responde en segundos, escribe sin errores, corrige con elegancia, y hasta intenta contarnos chistes. Pero tras ese despliegue eficiente hay algo que aún escasea: creatividad. Porque sí, la IA puede ser muy inteligente, pero todavía es sorprendentemente poco creativa.
Esa diferencia no es menor. Mientras la inteligencia se asocia a la capacidad de procesar datos, reconocer patrones y tomar decisiones lógicas, la creatividad es otra cosa: es intuición, es juego, es ruptura. La creatividad es ese instante en que alguien se atreve a hacer una pregunta que no estaba en el formulario. Es el desvío. El atrevimiento. Y, hasta ahora, eso sigue siendo profundamente humano.
Lo vemos todo el tiempo al interactuar con IA generativa. Una herramienta como ChatGPT puede ayudarnos a redactar un poema o armar el guión de una cápsula para redes. Pero si el prompt —la solicitud que recibe— no tiene chispa, la respuesta tampoco la tendrá. Una frase genérica, una instrucción plana, produce exactamente eso: un resultado correcto, pero plano. En cambio, cuando el input humano tiene vuelo, cuando propone un juego, una paradoja, una ironía, la IA responde mejor. Se estira. Se afina. Pero no lo inventa. Lo replica, lo modela, lo acompaña.
Por eso, hablar de creatividad en tiempos de IA no es un lujo artístico, es una necesidad comunicacional. El futuro no será de quienes mejor dominen las herramientas, sino de quienes mejor las imaginen. Lo que nos distingue frente a estos sistemas no es la capacidad de producir, sino de sorprendernos con lo que aún no existe. Y eso empieza, paradójicamente, con una pregunta bien formulada.
Hoy se habla mucho del prompt engineering, como si diseñar solicitudes para IA fuera una ciencia exacta. Yo prefiero pensarlo como un cruce entre intuición, ensayo y visión. Saber qué pedir, cómo pedirlo y con qué tono no es simplemente una habilidad técnica: es una extensión de nuestro mundo interno. Un espejo de nuestras obsesiones, valores y estilo.
Por supuesto, este debate es transitorio. No sabemos en cuánto tiempo las inteligencias artificiales podrán también superar nuestras capacidades creativas, o al menos imitarlas de manera tan convincente que la diferencia se vuelva irrelevante para muchos. Pero hoy, en este momento de la historia, la creatividad sigue siendo un diferencial humano, no solo por su resultado, sino por su origen: la intuición, la contradicción, el error, el deseo. Es ahí, en esa zona borrosa y vital, donde todavía tenemos algo que la IA no puede replicar.
Quizás por eso me incomodan tanto los discursos que dicen que la IA ya es creativa. Porque lo que hace es parecerlo. Mezcla, reordena, sintetiza. Pero no desea. No intuye. No arriesga. La IA no tiene miedo a equivocarse, porque no sabe lo que significa equivocarse. No tiene contradicciones, ni obsesiones, ni heridas. Y, por ahora, eso sigue marcando la diferencia.
Esta columna no pretende reducir el valor de la inteligencia artificial, sino ponerlo en contexto. Es una herramienta asombrosa, sin duda. Pero no es creadora. No aún. Y mientras eso siga siendo así, tenemos una oportunidad única: usar su inteligencia para potenciar nuestra creatividad, no para reemplazarla.
Porque al final, una buena IA depende —todavía— de una gran idea humana.
PD del autor:
Si te interesa seguir explorando el mundo de la inteligencia artificial desde un enfoque curioso, crítico y (a veces) con humor, te invito a seguir a NadIA Personal en Instagram: @nadia.personalia. Ahí compartimos las últimas novedades sobre IA… y algunas preguntas que todavía ningún algoritmo puede responder.