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viernes, 29 marzo, 2024
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El 20% de la música chilena: ¿Imponer o no imponer?

No me gusta esa idea de imponer a las radios el 20% de música nacional, no porque no valore lo propio, si no más bien porque nuestros gustos son una de las pocas cosas que nos van quedando sobre las cuales sí tenemos cierto control y además, porque para fomentar el gusto por la música nacional hay que partir por educar, fomentar, producir, distribuir, abrir espacios, y porque nadie puede asegurar que usted no opte por escuchar lo que le venga en gana cambiando el dial o usando algún dispositivo móvil. Pero en fin, este no es el tema en sí que me da vueltas en la cabeza, si no más bien las distintas proyecciones que he imaginado si a nuestro nunca bien ponderado Parlamento se le ocurriese aplicar la norma del “1/5” en otros aspectos de la vida diaria.

Los invito a imaginar un país hecho a la medida del 20%. Vamos a hacer que usted agarre el gusto por la lectura obligándolo a otorgarle a esa práctica el mencionado porcentaje. No sería malo, ¿verdad? En especial en un país en donde el nivel de comprensión lectora apenas sobrepasa el de un simio (con todo el respeto que me merecen los primates). Es decir que usted, amigo/a, tendría que estar cerca de 5 horas diarias consagrado a reactivar sus neuronas leyendo obras de ficción y no ficción para cultivar su intelecto.

El problema es que en promedio, ocupamos aproximadamente un 29% del día para dormir y otro 33% trabajando o estudiando, en total, más del 60% del día en sólo dos actividades. Es entonces que algunas ya estarán pensando en ocupar el tiempo en que se trasladan por la ciudad y no está mal. En ese espacio, tenemos entre 40 minutos y dos horas y media, considerando viajes de ida y vuelta en Antofagasta, para cumplir con la obligación de leer. Ahí, los conductores quedan descartados. Para los demás entra a tallar la suerte; ya que, una buena lectura dependerá de si se va parado o sentado en el micro, si tiene espacio para abrir el libro o sostener su tablet al interior del colectivo y por último, de que nadie lo interrumpa, porque hablamos de leer y bien, no como lo hacíamos en la escuela, sin entender nada porque nos salvaba el resumen del libro, el torpedo o el nerd del curso que te lo explicaba antes de dar la prueba.

En fin, si logra prodigarle cuatro horas a la lectura, trabajar sus 8 horas y dormir como corresponde, finalmente le quedarán algo así como 5 horas para dedicarse a otros placeres mundanos, como por ejemplo, escuchar música chilena en la radio, ir a ver una película al cine (lo que ocupa en promedio un 8% de su día), pololear, compartir con sus hijos y si tiene mucha suerte, tomarse una cerveza o un café con un amigo.

Supongamos que el Parlamento le obliga a dedicar un 20% de su día a sus hijos, sobrino, nietos u hogares de acogida, pero un 20% de calidad, porque recuerden que compartir con los niños no significa que usted ve una película mientras el pequeño está en la alfombra jugando con Legos. Y supongamos que usted no tiene idea de lo que significa “tiempo de calidad” lo que dificultaría aún más las cosas. Algunos van a preferir dedicarse a leer antes que intentar congeniar con esas mentes hambrientas de conocimiento que todo lo preguntan, cuestionan y experimentan, incluso provocando serios dolores de cabeza. Bueno, quizás ahí usted por fin comprendería por qué algunos profesores estallan, considerando que deben lidiar con 30 o 40 de aquellos muchachos y muchachas por un nada despreciable 30 0 35% de su día, mientras que usted se le exigirá apenas un 20%.

¿Se imagina si a los canales nacionales abiertos se le impone un 20% de programación cultural local y no refritos de NatGeo o Discovery?

Bueno, las productoras audiovisuales tendría mucho más trabajo, pero las grandes cadenas del país pondrían el grito en el cielo. En promedio, un canal transmite alrededor de 20 horas diarias, por lo que un cálculo superficial nos deja como resultado 4 horas diarias de cultura nacional, entendiendo por cultura, todas aquellas manifestaciones de la idiosincrasia de nuestro Chile querido ¿Vamos a considerar las teleseries dentro de este rango y probablemente también los programas de farándula? ¿Por qué no? Al fin y al cabo son un síntoma claro de cómo somos y qué nos gusta a los chilenos, pero seamos más extremistas y pensemos en 4 horas de programación diaria dedicada a nuestra costumbres, nuestros personajes conocidos y anónimos, nuestro patrimonio humano, arquitectónico y natural.

[blockquote style=»1″]Reemplazar a Viñuela por “Tierra Adentro” en las noches, poner a la Pancha Merino en un programa de sobrevivencia extrema en los bosques nativos del sur y a Martín Cárcamo en pelota en el desierto de Atacama. Podríamos ver así programas como “¿Sabes más que un niño de 5º Básico?” reemplazados por “¿Por qué algunos niños de 5º Básico estudian en escuelas con piso de tierra?” o Cristian Warnken como animador del Festival de Viña… Dejen la imaginación volar y pónganse a pensar qué evitaría que usted, como televidente, no elija mejor ver “Bones” o “Master Chef” en aquellos ratos de profundo aburrimiento que estaban sólo destinados a aquellas horas de la siesta vespertina de los fines de semana.[/blockquote]

Podríamos seguir por largo rato pensando en torno a qué ocurriría si a usted le pidieran un 20% de su vida para dedicarlo a cosas que normalmente no hace: haga ejercicio obligadamente 4 horas diarias, atienda abuelos o enfermos por 4 horas diarias, dedíquele 4 horas al día a limpiar su cuadra y su barrio. Desde la exigencia de escuchar música chilena a esto, hay un trecho larguísimo y a simple vista, ninguna conexión más que la de un juego ucrónico, pero si nos ponemos a pensar seriamente, sí existe una relación: todas aquellas cosas, desde valorar lo propio hasta dedicarle algo de tiempo a los demás, son instancias a las que debiéramos estar acostumbrados desde nuestra más tierna infancia y no recurrir a leyes que nos mandaten a hacer cosas que quizás hasta por naturaleza o ética, debiéramos hacer por cuenta propia. Y quizás ahí esté la mayor preocupación que por estos días, me da vueltas en la cabeza.

 

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