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lunes, 1 diciembre, 2025
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Columna de opinión

Los derechos de las mujeres no tienen dueño, pero sí tienen historia

"Los derechos de las mujeres son progresivos, se conquistan, se cuidan y se defienden. No pertenecen a un partido, pero sí están anclados en estándares internacionales de Derechos Humanos que han sido resistidos, muchas veces, por sectores conservadores, particularmente de derecha y ultraderecha, tanto en Chile como en el mundo", Sandra Berna, CORE e integrante del Comando Mujeres por Jara

En Chile, hemos avanzado en la conquista de los derechos de las mujeres. Eso es cierto. Pero también es cierto que esos avances no nacieron espontáneamente, ni surgieron por consenso unánime. Tuvieron historia, tensiones, resistencias y protagonistas.

Las conquistas de derechos —al voto, al trabajo remunerado, a la autonomía sexual, a la participación política, a vivir una vida libre de violencia— no brotaron solas; fueron fruto de luchas feministas, en plural, diversas, múltiples, pero luchas al fin, que buscaron transformar estructuras que habían sido profundamente conservadoras, desiguales y patriarcales. Por eso, decir que los derechos de las mujeres “no tienen dueño” es correcto. Pero decir que se han impulsado siempre por igual desde todos los sectores también sería faltar a la verdad histórica. No se trata de dividir, sino de reconocer.

Estos derechos son progresivos, se conquistan, se cuidan y se defienden. No pertenecen a un partido, pero sí están anclados en estándares internacionales de Derechos Humanos que han sido resistidos, muchas veces, por sectores conservadores, particularmente de derecha y ultraderecha, tanto en Chile como en el mundo.

La historia chilena nos muestra ejemplos claros. Fue Elena Caffarena, abogada, feminista y militante progresista, quien impulsó decisivamente el voto femenino en 1949, pese a ser perseguida políticamente por su pensamiento de izquierda. Julieta Kirkwood, socióloga, feminista y militante socialista, quien en plena dictadura levantó la consigna: “Democracia en el país, en la casa y en la cama”. Mireya Baltra, comunista, la primera ministra mujer en Chile, defensora de los derechos laborales y de las trabajadoras. Gladys Marín, quien denunció la violencia política y sexual contra las mujeres en dictadura cuando nadie quería hablar de aquello. Y nuestra historia reciente tiene un símbolo indiscutible: Michelle Bachelet, la primera presidenta mujer de Chile y de América del Sur, promotora de reformas profundas en materia de igualdad salarial, protección a las mujeres víctimas de violencia, sistema de cuidados, postnatal parental y autonomía económica.

Estas mujeres no representaron a todas, ni pretendieron hacerlo. Pero sí encarnaron un feminismo que incomodó, que abrió puertas, que cuestionó privilegios y que empujó transformaciones cuando no era popular hacerlo ni daba réditos electorales. No serían las únicas, pero sí fueron pioneras. Y sus luchas no nacieron desde la neutralidad, sino desde la convicción ética y política de que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Entonces, pluralidad sí, pero sin relativismo. Diversidad sí, pero con memoria.

Reconocer que hoy hay mujeres comprometidas con los derechos desde distintos sectores es importante y positivo. Pero también es importante decir que los avances más transformadores —como el divorcio, el aborto terapéutico, las leyes de violencia, la Ley de Sala Cuna Universal o la autonomía económica— no fueron impulsados desde sectores conservadores, sino principalmente desde los movimientos feministas, los sectores progresistas y los espacios que se animaron a incomodar el status quo.

No es alarmismo decir que los derechos pueden retroceder. Es responsabilidad. Basta mirar lo ocurrido en EE.UU. con el aborto, en España con los ataques a las leyes de violencia de género, o en América Latina con discursos negacionistas impulsados por sectores de ultraderecha. Cuando los derechos no se defienden, no se mantienen. Se erosionan.

Hoy necesitamos un feminismo que convoque, sí. Que dialogue, que encuentre puentes, que reconozca que hay mujeres populares, emprendedoras, empresarias, académicas, políticas, jóvenes, mayores, creyentes, agnósticas, de derecha, centro e izquierda. Pero también necesitamos un feminismo con historia. Que entienda que no todo da lo mismo. Que los derechos no se heredan ni se reparten; se conquistan, se ejercen y se defienden colectivamente.

Los derechos de las mujeres no tienen dueño. Pero sí tienen historia, tienen nombres, tienen luchas y tienen memoria. Y vaciar esa historia de contenido —sea desde el marketing, la neutralidad o el cálculo electoral— también es una forma de retroceso. Porque el feminismo no es una trinchera. Es un campo de dignidad, justicia y democracia. Y ese terreno nos convoca a todas.

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