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jueves, 28 marzo, 2024
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Mujeres, salud mental en riesgo

"Ser mujer es un determinante de riesgo para la salud mental. En ellas confluyen una serie de factores de desigualdad estructurales que las hacen experimentar mayores desventajas y vulnerabilidad", Alejandra Sepúlveda Peñaranda, Presidenta Ejecutiva de ComunidadMujer

De la salud mental se habla poco y tangencialmente en nuestra sociedad. A menudo con una carga negativa o estigma. Es un área de la sanidad invisibilizada y poco priorizada en las políticas públicas, aun cuando está muy presente en la vida de las personas. Ahora con la pandemia y su crisis socioeconómica asociada, estamos mirándola, por primera vez, de frente.

En menos de dos años hemos vivido cambios profundos y desestabilizadores, experimentado incertidumbre, en medio del derrumbe de muchos de los pilares de la sociedad en los que creíamos. A ello, se han sumado las preocupaciones por la cesantía y falta de ingresos, el temor a la enfermedad, el encierro, la pérdida de seres queridos e incluso la propia muerte.

Ha sido un tiempo en que los sentimientos de agobio, angustia, ansiedad, estrés, insomnio y depresión, han acompañado nuestro día a día, pero los hemos vivido de forma diferenciada hombres y mujeres.

De hecho, ser mujer es un determinante de riesgo para la salud mental. En ellas confluyen una serie de factores de desigualdad estructurales que las hacen experimentar mayores desventajas y vulnerabilidad. Es una historia de fortaleza y debilidad. Porque, al mismo tiempo que las mujeres se han convertido en la primera línea de esta pandemia, una especie de amortiguadores frente a la crisis, también han recibido el más duro golpe a sus oportunidades y perspectivas, ante la crisis de los cuidados, que las ha obligado a optar por buscar trabajo o quedarse en casa, en un nocivo juego de suma cero.

Es cierto que muchas de las brechas estaban presentes antes de la pandemia: la sobrecarga de trabajo (la suma del remunerado y no remunerado), la casi exclusividad en el rol de cuidadoras y la falta de corresponsabilidad en estas tareas, los obstáculos para insertarse y permanecer en el mercado laboral, las condiciones de empleabilidad desiguales que se traducen en brecha salarial y menos oportunidades de desarrollo y promoción y la permanente violencia simbólica, estructural y física. Este largo periodo de cuarentenas y confinamiento las ha agudizado y eso tiene un efecto directo en su bienestar y salud física y psíquica.

La última encuesta Bicentenario da cuenta que las mujeres, especialmente las que tienen hijos e hijas pequeñas y personas dependientes a cargo, son las más afectadas por estrés. El Termómetro de la Salud Mental en Chile, realizado por ACHS y UC (noviembre, 2020), indica que el 30,1% de las mujeres y el 23,3% de los hombres, reconocen problemas de salud mental, cifra que se incrementa al preguntar sobre síntomas de depresión, siendo un 47,3% en ellas y un 28,2% en ellos. La percepción de soledad también es mayor en las mujeres (23% versus 17%), un sentimiento que no solo refiere al no estar en compañía, sino a no contar con alguien con quien compartir responsabilidades, tareas, sentimientos, escuchas y decires.

La pobreza del tiempo es otro asunto que las impacta fuertemente. El 53% de las mujeres que trabajan remunerada y no remuneradamente —en labores domésticas y de cuidado—, no tiene ninguna hora para destinar al ocio personal y sus jornadas superan con creces las 48 horas que la OIT considera en el límite aceptable. En tanto, un 36% de los hombres está en esta situación, según la Fundación Sol. La llamada carga global de trabajo está en un punto crítico y eso significa, en la práctica, no dormir las horas que se requieren, no descansar lo suficiente ni tener tiempo libre para actividades de recreación u ocio, todas acciones indispensables para el ser humano y prohibitivas para muchas mujeres. Esto las enferma y deteriora su calidad de vida.

Es posible que las cifras de estrés y depresión vayan disminuyendo en la medida que la pandemia sea superada y nos vayamos adaptando a la realidad de la “nueva normalidad”. Pero, no nos engañemos, falta mucho para superar las desigualdades estructurales de género y para enfrentar la salud mental como un problema de salud pública. Como país, debemos impulsar políticas integrales y de calidad que se hagan cargo de esta problemática, entendiendo por qué afecta más a las mujeres. Esto, obviamente, supone recursos adicionales. Hasta ahora se destina a esta área alrededor de un 2% del presupuesto en salud, muy distante al 6% que se había definido en el Plan Nacional de Salud Mental 2017-2025 del MINSAL y del promedio gastado por los países de la OCDE. Por ejemplo, países como Australia destina el 9,6% y Suecia y Nueva Zelanda el 11%.

Esta pandemia es la situación más extrema que nos ha tocado vivir en las últimas décadas y ya hemos visto cómo mantiene y acrecienta las condiciones de desigualdad estructural en países como el nuestro. Superarla significa pensar distinto, poner a las personas por delante y las prioridades de reactivación en los grupos más afectados y en desventaja. Las mujeres en ese contexto son parte de la solución, porque ninguna recuperación será posible si no son incorporadas plenamente, poniendo en valor su rol social, político y económico. En el presente y en el futuro de nuestra sociedad, las mujeres importan y son claves para un pacto social duradero y sostenible.

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