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lunes, 1 diciembre, 2025
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Columna de opinión

PDG = Postura Débil Gris

"Es perfectamente válido votar nulo como decisión personal, como postura individual, como expresión propia. Pero cuando lo hace un partido político se convierte en una contradicción mediocre: querían poder para decidir y cuando lo obtienen se dan cuenta de que no saben qué hacer con él", Osvaldo Villalobos, analista político

Hay decisiones políticas que revelan estrategia, otras que muestran ideología, y algunas que exponen simplemente la falta total de carácter. Lo ocurrido con el Partido de la Gente encaja exactamente ahí: frente a un momento decisivo para el país, optaron por la postura débil y gris, por el rincón cómodo de la neutralidad, por observar en vez de incidir, como si la responsabilidad política fuese opcional y no parte del precio de participar en democracia. ¿En serio les da igual quien gobierne?

El PDG es, y siempre ha sido, un partido follow the leader: no deliberan fuera de sus ideales, no construyen postura colectiva, no elaboran doctrina. Siguen a un rostro. A un estilo. A un candidato que mayoritariamente opera desde fuera del país y que convirtió la participación política en streaming emocional. El PDG no funciona como partido; funciona como club de fans.

Y mientras tanto, su bancada recién electa ya muestra fisuras antes de asumir siquiera sus cargos, marcando contradicciones internas y diferencias doctrinarias que anticipan un fraccionamiento del cual no parecen conscientes. La obediencia al líder no está logrando sostener cohesión cuando ya empiezan a aparecer voces disonantes y contradicciones públicas.

Ser de centro o independiente no significa carecer de postura. La independencia no es silencio. La moderación no es vacío. La neutralidad no es profundidad. En momentos clave, decidir no tomar partido no es sofisticación cívica: es renuncia.

Aquí, además, vale esclarecer algo con frontalidad: esta crítica no va dirigida a las personas que votaron por el PDG, quienes tienen razones legítimas desencanto, búsqueda de renovación, rechazo a la política tradicional. El cuestionamiento es a la estructura, a la conducción, al liderazgo improvisado que tomó esos votos ciudadanos y los convirtió en capital político mal administrado.

Y hay otro elemento grave que desnuda la fragilidad estructural del PDG: no entregaron cuántos “votaron” en su consulta interna, solo porcentajes. No hubo cifra de votos, no hubo número de participantes, no hubo padrón verificable. Esto demuestra que su tan celebrada “democracia digital” es un unicornio y los unicornios no existen. La transparencia no es un efecto visual ni un relato: es un dato verificable. Si no hay números, no hay democracia, hay show.

La diferencia es crucial: es perfectamente válido votar nulo como decisión personal, como postura individual, como expresión propia. Pero cuando lo hace un partido político (una estructura que pidió votos justamente para representar e incidir) se convierte en una contradicción mediocre: querían poder para decidir y cuando lo obtienen se dan cuenta de que no saben qué hacer con él.

Esto se vuelve aún más evidente ante la encrucijada que vivirá el país en las urnas: elegir entre la derecha clásica y dura apoyada por sectores conservadores y por el peso de la religión o la izquierda liderada por una militante comunista, respaldada por un gobierno que nunca estuvo a la altura de las expectativas ciudadanas. Ante ese dilema histórico, prefieren callar. Muy de la vieja política.

El PDG encarna el infantilismo político: si no somos nosotros, no apoyamos a nadie. Es la pataleta del adolescente que, cuando no gana, se lleva la pelota a la casa. Pero esto no es la cancha del barrio. Esto es el país.

Incluso la libertad de acción habría sido más inteligente: dejar que cada militante o simpatizante ejerza criterio propio ante la segunda vuelta. Pero incluso para llegar a ese gesto para confiar en la madurez de los propios adherentes hay que tener experiencia política, estatura y liderazgo real. El PDG no tiene ninguna de las tres. Es un partido adolescente, con autoestima sobreactuada y madurez ausente.

Además, existe un riesgo concreto y muy poco calculado: si llaman a votar nulo y eso no se refleja en la urna, su liderazgo quedará desnudo, ridiculizado, expuesto como espuma digital sin fuerza.

Porque los liderazgos serios se miden en votos reales e influencia, no en likes, no en métricas de transmisión, no en fervor virtual.

La frase de Dante (ya tantas veces citada) viene como anillo al dedo: Los lugares más oscuros del infierno están reservados para quienes mantienen su neutralidad en tiempos de crisis…” No hay nobleza en la omisión. No hay valentía en el silencio. No hay visión en mirar al país desde la galería sin entrar a la cancha.

El PDG pudo ser puente. Pudo ser árbitro. Prefirió ser espectador. Y, como enseña la historia, el espectador nunca es protagonista. La historia la escribe quien se hace cargo y decide incluso entre el mal menor.

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