Hace algunos días cerramos un programa de formación en convivencia escolar que tenía como objetivo apoyar a un número importante de docentes y directivos de la región. En la instancia, conversando con ellos sobre la realidad actual, noté a muchos docentes cansados, agobiados y con una sensación compartida de molestia y frustración. El diagnostico era casi unánime: nadie sabe para dónde va la cosa en educación.

Y es que esa sensación tiene un claro asidero, si consideramos lo complejo que ha sido el postpandemia, el retroceso brutal en aprendizajes evidenciado en el último SIMCE, el 27,7% de aumento en las denuncias de violencia escolar durante 2023, y la sensación compartida de estar frente a un Ministerio de Educación errático, de permanente improvisación y sin rumbo claro, siendo lamentablemente una especie de déjà vu de lo que vivimos con las gestiones de Figueroa, Cubillos y Varela.

Frente al aumento de la violencia escolar, la extendida crisis de salud mental dentro de las comunidades educativas, la debacle en los logros de aprendizaje, las preocupantes cifras de deserción y ausentismo escolar, el constante conflicto entre el gobierno y el gremio de profesores y la escasa capacidad estratégica de bajada territorial para los programas propuestos por el MINEDUC, pareciese que el escenario actual es más de sobrevivencia que cualquier otra cosa.

Muchos de los docentes, a más de un año del retorno presencial a clases, me comentaron en esta experiencia relatada al inicio, que no habían recibido mayores orientaciones o estrategias concretas sobre cómo afrontar la violencia escolar. Es más, muchos de ellos, al momento de elaborar sus propuestas de abordaje dentro de la formación, señalaron que la mayoría de las acciones ejecutadas hasta el momento en sus establecimientos nacieron por iniciativa de las propias escuelas, sus directivos o mediante autoaprendizaje del mismo profesorado, no respondiendo a una política formal que vienese desde alguna institución pública o autoridad local o central. Porque a nivel político, como es habitual, sólo se habla de educación cuando se puede obtener algún rédito de esto. Lo vimos en el lamentable espectáculo mediático que significó la acusación constitucional contra el ministro Ávila, donde la discusión se centró en todo, menos en los focos claves y urgentes de debate sobre lo que está sucediendo en nuestras aulas. Una vez rechazada la acusación, y como era de esperar, el tema automáticamente dejó de estar en la palestra, siendo guardado en un cajón hasta nuevo aviso. Mientras tanto, nuestras comunidades educativas siguen combatiendo en el día a día para lograr recuperarse de la hecatombe educacional que significó la pandemia, sin mayores herramientas que sus propias ganas, saberes e intenciones.

Entonces: ¿Qué hacemos frente a esto? No me queda más que invitar a todos y todas aquellas profesionales de la educación, tanto intra como extra escuelas, que puedan impulsar activamente iniciativas dentro de la región en dos focos claves: el abordaje de la violencia y convivencia escolar, incluyendo el cyber bullying y la gestión emocional, y el fortalecimiento de estrategias pedagógicas e institucionales para la remediación y recuperación de aprendizajes. Un foco clave, a su vez, es poder generar redes de colaboración intra y entre establecimientos, incluyendo docentes y directivos, con el fin de compartir prácticas y estrategias que ya puedan estar en uso. Visitando diversos establecimientos en la región, he notado que existen experiencias valiosas, que podrían ser perfectamente compartidas, con las apropiadas adecuaciones contextuales para cada caso. A las empresas presentes en la región que, mediante iniciativas de responsabilidad social corporativa financian programas educativos, los invito a poner foco en estas temáticas, priorizarlas si es necesario y apoyar, desde estos recursos externos, el accionar desarrollado desde las propias escuelas, incluyendo activamente el trabajo con las familias. A las universidades o centros especializados, a colaborar desarrollando análisis de la situación, identificando brechas específicas de abordaje y promoviendo encuentros sobre estas temáticas. Pero ojalá que los mismos sean realizados en los propios establecimientos o en entornos cercanos a ellos, buscando llegar a los docentes y directivos de forma directa, y no quedarse sólo en instancias académicas aisladas. Un eje clave en el desarrollo de estas acciones es promover la participación de aquellos responsables de la gestión de los planes de convivencia escolar internos, con tal de que puedan fortalecer, gracias a estas instancias, las estrategias de sus propios espacios educativos. A los medios de comunicación locales, a mantener la temática activa, entrevistar especialistas, autoridades, docentes y actores relevantes, con tal de no dejar que el tema sea guardado bajo la alfombra o sea absorbido por la multiplicidad de noticas y polémicas que nos rodean hoy por hoy en la región y el país.

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