Luego de los agitados días post cambio de gabinete, en el que fuimos testigos de la veloz entrada y salida del archi vapuleado (ahora ex) ministro Rojas -gracias a sus nefastos dichos sobre el Museo de la Memoria –el presidente Sebastián Piñera nos refresca la idea ya propuesta en su programa de gobierno, para la creación de un Museo de la Democracia.
Como primera reacción, una conocida anécdota en el campo de los museos se me viene a la cabeza: hace algunos años, en el museo de arte de Philladelphia (Pensilvania), en la sala dedicada a la obra de Marcel Duchamp, un grupo de visitantes se detuvo a contemplar una escalera llena de pintura que estaba situada al medio de la sala. Uno de los espectadores- supuestamente entendido en la obra del artista- señaló a los demás que aquella era una de las obras más conocidas de Duchamp. Acto seguido, un operario, vestido con un overol de trabajo azul, se abrió paso entre aquellas personas, tomó la escalera, se la puso al hombro y se la llevó para poder continuar con su trabajo.
Este episodio, mencionado frecuentemente en la discusión sobre lo puede ser o no considerado arte, remite a que prácticamente cualquier objeto puede ser considerado como tal, dependiendo del relato que dé contexto a su exhibición. Un objeto cotidiano, según lo que se afanó en mostrarnos Duchamp, puede convertirse en obra, de acuerdo al texto en el que el artista o el curador envuelvan la obra.
Si bien recojo este episodio desde el ámbito de la exhibición de arte, similar efecto ocurre en los espacios museales modernos, en los que el “relato” construido para la interpretación del objeto de museo ayuda a comprender lo que se exhibe. Quienes construyen las narraciones de estos museos, saben que no basta con exhibir en vitrinas una colección de objetos referidos a un tema determinado. La colección sólo se dota de sentido cuando la semiótica de la pieza exhibida obedece a un contexto museográfico que confiere cierta interpretación a lo observado, lo que es llamado “semiótica sustituyente”. Preocupa, por decir lo menos, que, en la iniciativa en discusión, quienes se pretenden sujetos-objeto de museo (y a la democracia misma como objeto de museo) sean precisamente quienes abogaron por la llamada “democracia protegida”, característica del período que se pretende visibilizar, que tan perspicazmente nos legara Jaime Guzmán.
Sebastian Piñera, señala que es necesario “…establecer un museo que cuente la historia de la democracia. Podemos partir desde el origen de la democracia, pero que la democracia sea un valor que también sepamos reconocer, proteger y resguardar”. La intención es valorable, presidente, pero inmediatamente me urge resolver una preocupación:” ¿Dónde se sitúa la robusta democracia que se pretende representar como objeto de contemplación y admiración? ¿Cuál será el relato construido para que episodios y personajes referidos al período democrático post dictadura de Pinochet, sean canonizados en pos de educar a la población en el culto del “remanso de paz y amistad cívica” que se supone fue nuestra transición democrática?
Recordemos que la llamada “democracia protegida” mantiene durante la transición enclaves profundamente autoritarios que nada tienen que ver con la democracia que se pretende museificar: La Constitución de 1980, los senadores designados y vitalicios, el sistema binominal y aquellos, más profundos y que continúan vigentes, como la privatización de la educación y la seguridad social. Como sabemos, no ha sido la derecha precisamente la que ha abogado por la erradicación de estos enclaves. Aun así, Magdalena Piñera, artífice de esta idea en tiempos de la campaña presidencial, señalaba que es fundamental relevar a quienes “desde la centro derecha aportaron a construir la democracia que hoy tenemos, como Ricardo Rivadeneira, Andres Allamand o… Sebastián Piñera (¡!)
Jean- Luc Nancy (2003) sostiene que lo sagrado significa aquello que se pone aparte, se remueve y se recorta. Al museificar a estos personajes en un relato salvífico de recuperación de la democracia, se les sitúa distantes e intocables, cubiertos de un relato monolítico, empleado con un propósito unificador, aunque bien sabemos que la historia, y para esta discusión esta historia, es más bien un espacio lleno de zonas ciegas y quiebres, aunque se pretenda continuo y espejado.
Ante lo dicho, invito a los ideólogos de esta iniciativa a visitar cualquier día de estos la sala del Frente Popular a la Unidad Popular, del Museo de Historia Nacional, u otras muestras del mismo espacio, que podrán instruirlos sobre los períodos democráticos y de quiebre que ha atravesado Chile en su historia- saciando sus ansias de ecuanimidad histórica – y así evitar desperdiciar los recursos que tanto necesitan los buenos espacios museales que se emplazan en las diferentes regiones de nuestro país, en esta innecesaria idea.
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