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Antofagasta
jueves, 9 mayo, 2024
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Antofagasta y su historia

El ingrato final del primer antofagastino

Juan López después de descubrir los ricos yacimientos en la zona terminó arruinado. Tras decenas de fracasos, solicitó al gobierno de Bolivia una pensión por sus esfuerzos en localizar los sitios que enriquecieron al erario altiplánico, pero la petición jamás fue contestada.

Proyecto financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación 2023

Juan “Chango” López es reconocido entre los antofagastinos como el primer habitante “moderno” de la ciudad. Oriundo de Copiapó, llegó como minero solitario a catear el ignoto litoral cuando recién bullía la fiebre por la búsqueda de minerales en la década del 40 del siglo XIX.

Antes de ese periodo nadie daba bola a la zona, ya que incluso en los viejos mapas coloniales se registraba toda el área que hoy es la I y II región como el “Despoblado de Atacama”, es decir, un extenso límite desértico entre el virreinato del Perú y la capitanía General de Chile.

Es por eso la relevancia de López en la zona, pues sus primeras incursiones, empresas y hasta la primera vivienda que levantó en la entonces caleta de Peña Blanca (como él la bautizó) fueron el protozoo de lo que pocos años después configuraría a la ciudad de Antofagasta.

Aventurero nato

Es tan poca la información de la vida de López, que casi todas las fuentes provienen de documentos administrativos o en anexos de alianzas con otros aventureros que a mediados del siglo XIX se abocaron a buscar vetas mineras en el desierto de Atacama.

Antes de que López levantase la primera vivienda en Antofagasta a fines de 1866, ya tenía tras de sí una activa vida como cateador en la zona desde que arribara en Punta Jara en 1845. Entre estas, fue uno de los descubridores de las principales covaderas de la península de Mejillones.

Isaac Arce nos relata en su Narraciones Históricas de Antofagasta que “casi todas estas covaderas se agotaron algunos años más tarde, poco antes que Juan Lopez descubriera en el mismo Mejillones y para la casa francesa de don Juan Garday, los grandes depósitos del codiciado abono y que hicieron revivir esta industria, ya por ese entonces un tanto extinguida”.

Primer antofagastino

Tras años de peripecias cateando y soportando adversidades (como haber trabajado años en Perú para invertir todo en una nave con herramientas para su empresa, y en su viaje de regreso a bordo de la embarcación, zozobrar en Tocopilla, perdiendo todo), explora la bahía de La Chimba, levantando la primera vivienda de Antofagasta.

Isaac Arce cuenta al respecto que “está plenamente comprobado que Juan López fue el primero que pisó las playas de Antofagasta, o sea de Peña Blanca, como él llamó esta caleta en un principio. Hombre de espíritu audaz y aventurero, se arriesgó antes que nadie, a explorar la costa entre Antofagasta y Cobija, estudiando sus caletas y haciendo excursiones hasta donde sus recursos se lo permitían”.

Es con López con quien se topa el grupo aventurero de José Santo Ossa cuando llegan a la zona un año después. López es mandatado por Ossa para que proveyese a su comitiva de agua potable, la cual era extraída por el “Chango” desde una vertiente en Cerro Moreno. López accede.

Isaac Arce entrevistó en los años 20 a antiguos vecinos de Antofagasta que conocieron a López, quienes lo describían como “alto, bien formado; de fisonomía tosca, pero de ninguna manera repulsiva. En una palabra, era un verdadero ‘huaso’ del sur de Chile».

Fracasos y desaparición

Pese a todas estas proezas, Juan López no consiguió prosperar con sus empresas de incursión minera en las entonces áridas costas bolivianas. Además perdió el control de las áreas de extracción minera que él había descubierto.

El último vestigio de su existencia es una alarmante carta que envía López a las autoridades de Bolivia en 1872 suplicando una pensión por los aportes que realizó descubriendo los ricos yacimientos del litoral, los cuales ahora eran explotados abundantemente por terceros.

En la misiva López detalla al pormenor sus aventuras e intentos de empresa, destacando que «impelido por estas circunstancia a renunciarlo todo, no me queda otro recurso que buscar asilo. Me dirigí a mi patria sin más recursos que la triste historia del pasado (…) todo esto después de realizar mis primeras excursiones, descubriendo los depósitos de guano que hoy felizmente explotan tanto Bolivia como Chile (…) En resumen, Mejillones me debe el descubrimiento de sus guaneras. Del puerto de Antofagasta, como queda de manifiesto, yo he sido su pieza fundamental».

Más dramático son los párrafos finales, donde clama en escrito «suplicándole por el ministerio de la ley correspondiente, se sirva acordarme, si fuese justo, un espacio de terreno hábil suficiente para fundar mi domicilio en el centro de la población de Mejillones, una pequeña subvención para la construcción de una modesta habitación, y una ocupación. Esa es la gracia y justicia que imploro, excelentísimo señor. Juan López».

La carta jamás fue contestada y de López no se supo más. Aún hoy se desconoce la fecha de su defunción y el paradero de sus huesos. No obstante Antofagasta rinde honores a su primer habitantes con una población, un balneario, establecimientos educacionales, calles y monumentos que llevan el nombre del estoico antofagastino.

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