Debido a la potencia del mensaje, es común el uso de la historia de Galileo relacionada con su férrea oposición a la doctrina eclesiástica basada en el geocentrismo. A pesar de su evidencia, muy avanzada para sus tiempos, Galilei fue forzado a retractarse por las autoridades de la iglesia, esbozando posteriormente (de acuerdo a la leyenda popular) la famosa frase “Eppur si mouve” (y, sin embargo, se mueve), para referirse, en su rebeldía, a que la tierra seguiría moviéndose, independiente de la ceguera ideológica de la inquisición.
Entre los muchos que utilizaron esta frase, se encuentra el abogado y empresario Gerardo Varela, quién fue recientemente designado por el presidente electo Sebastián Piñera para liderar la cartera de educación. Esta designación instaló un inmediato debate respecto a su idoneidad, debido no sólo a su escasa experiencia en el plano educativo, en comparación con su amplia trayectoria en el ámbito de los negocios, sino también por su marcada visión pro-mercado, la cual ya dejó clara en sus diversas columnas de opinión.
En efecto, en una de ellas, ya ampliamente difundida por los medios, Varela utilizó la frase del matemático italiano para trazar una férrea defensa al modelo de mercado en educación, afirmando que la actual administración es obtusa y contraria a la evidencia, al desincentivar aspectos como la competencia, copago, la participación de proveedores privados con fines de lucro, la selección, entre otros.
En este punto, y como gran admirador de la rebeldía científica de Galileo, me cuestiono: ¿A qué evidencia empírica irrefutable se refiere el futuro ministro en dicha columna? Pregunto esto, ya que, contrario a su visión, existe un gran número de destacados investigadores nacionales e internacionales que, desde hace muchos años – principalmente desde mediados de los noventas en adelante –, vienen exhibiendo las negativas consecuencias que trae al sistema educativo chileno varias de las prácticas defendidas por él.
La aplicación de las mismas genera no sólo elevados grados de segregación e inequidad educativa, sino también una correlación positiva casi perfecta entre nivel socioeconómico y logro académico, posicionado a nuestro país como un verdadero caso de estudio a nivel internacional en relación a las complejas consecuencias de la aplicación extendida de políticas de libre mercado en educación.
La evidencia es bastante contundente, existiendo una especie de consenso generalizado entre diversos investigadores en relación a que las políticas de mercado aplicadas en educación desde 1980, no consiguieron un mejoramiento significativo en la calidad educativa o en las tasas de logro de los estudiantes, tal como se proyectó.
Claramente, es un hecho irrefutable que la educación va ligada al desarrollo económico, como lo plantea Varela. Pero la segregación, inequidad y estratificación socioeconómica en nuestro sistema educativo llegan a niveles tan exagerados, que hasta instituciones internacionales pro-mercado, como la OCDE o el controvertido Banco Mundial, advierten al país en sus múltiples informes sobre los peligrosos niveles de inequidad y segregación alcanzados, siendo tema repetitivo, por ejemplo, en los reportes PISA.
La visión de Friedman, plasmada en su libro de 1980 “Free to choose: a personal stratement”, de entender a los establecimientos educativos casi como supermercados, y que, bajo las mismas dinámicas de mercado, pueden existir diversos tipos de establecimientos en base a la clase de cliente que atiende, va quedando cada vez más rezagada.
Primero, y aunque suene obvio, porque los estudiantes son seres humanos con necesidades diferenciadas y no productos estandarizados. Segundo, porque la escuela cumple también un rol social-ciudadano y no sólo económico o de provisión de servicios. Y tercero, porque cada vez se comprende que el desarrollo de un país no está sólo basado en el PIB u otros indicadores económicos aislados, sino más bien a un conjunto de variables que van más allá de esa simplista visión.
Ejemplo de esto son el Human Development Index llevado a cabo por el Programa para el Desarrollo de la ONU o el Social Progress Index (SPI), ejecutado por la ONG estadounidense Social Progress Imperative. Ambos indicadores nacieron por la imperante necesidad de comprender el desarrollo de las naciones cómo un mix de variables no sólo económicas, sino que también sociales y humanas, trascendiendo a las mediciones tradicionales.
En concordancia con lo indicado, una de las variables evaluadas negativamente en Chile en el SPI, es, en efecto, la sub-sección inequidad en el logro educativo, mismo elemento que ya fue advertido reiteradamente a nuestro país por otras instituciones internacionales como los señalados World Bank y OCDE, a los que se suman UNESCO, CEPAL, entre otras.
Es de esperar, que al momento de que el nuevo ministro se instalé en su posición y pueda empaparse sobre lo que sucede en el contexto educativo, sea capaz de construir una visión más amplia, social y transversal de la educación, alineada con los pactos y convenciones internacionales en la materia a los cuales Chile se encuentra adscrito.
Que la idea sea perfeccionar o modificar aquellos elementos que se deban mejorar, pero en ninguna medida retornar o insistir porfiadamente en prácticas que ya está más que demostrado, en base a extensa evidencia nacional e internacional disponible, que no son un aporte para el logro de un sistema con mayor calidad, justicia social, inclusión y equidad.
Porque desde marzo, las visiones y decisiones del futuro ministro no sólo afectarán su esfera personal, sino que influirán los destinos de todo un país, sus niños, jóvenes y familias. Y en eso, no hay cabida para imposiciones morales o cegueras ideológicas. Hagamos honor a Galileo, y apliquemos correctamente su “Eppur si mouve”.
