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viernes, 19 abril, 2024
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Opinión literaria

Lectura sugerida: «Una ciudad para las damas»

"La perspectiva de Cristine de Pizán, es armar un colectivo que rebasa totalmente los límites de la religión o los límites de las clases sociales y, eso, en el Siglo XIV es realmente novedoso", Marcela Mercado, gestora cultural

La crisis política de Perú, nos plantea un tema que también puede ser el de nuestro país: la ligereza del uso de la razón, el pensamiento, el juicio crítico y los marcos teóricos que lo sostienen y los han sostenido durante siglos. El sentido común de las naciones naciones requiere, de modo urgente, revisar la historia del pensamiento: voces múltiples, disonantes, disidentes.

Ya en el siglo XIV, encontramos a Cristine de Pizán, nacida el año 1364 en Italia y a quien su padre le otorgó una educación que, en su época, estaba reservada sólo a los varones. Cristine se desarrolló como escritora profesional, siendo el gran tema de su obra el lugar de la mujer en la sociedad.

Su obra principal se llamó “La ciudad de las damas” que toma una idea muy conocida en la historia del pensamiento que es la “Ciudad de Dios” de San Agustín. Ella toma la construcción básica de una ciudad alegórica y su texto va progresando como la construcción de una ciudad: desde los cimientos hasta las murallas (se trata de una ciudad fortificada porque está pensada para defender a las mujeres que se van a refugiar allí), incluyendo los ornamentos. Ella cuenta que estando recluida en su estudio, se le aparecen tres damas: una es la razón, que es la que le va a ayudar a construir los cimientos y las murallas; la otra es la rectitud que le va a permitir construir los edificios y las calles y, hay una tercera, que es la justicia, que va a poner el techo y va a terminar instalando todos los ornamentos de la ciudad.

Para entender la novedad del pensamiento de Cristine de Pizán tenemos que pensar en la labor de la razón. En primer lugar, porque la principal acusación contra la que le interesa argumentar es el hecho de que las mujeres se moverían dentro del terreno de la irracionalidad y, además, porque la razón no sólo le va ayudar a construir las murallas, sino que tiene toda una labor preparatoria que consiste en cavar los cimientos y lo que va quitando en este proceso son los prejuicios que se fueron constituyendo históricamente en contra de las mujeres. Estos prejuicios son de varios niveles, pero quizás los más sorprendentes son los prejuicios fisiológicos, porque lo cierto es que tenían muy poco conocimiento del cuerpo y de la anatomía de la mujer y, entonces, ella cita un tratado medieval que fue atribuido, falsamente a Alberto Magno, que se llamaba “El secreto de las mujeres” y que sostenía una serie de mitos y de tesis decididamente falsas  sobre el cuerpo de la mujer. Por otro lado, está los prejuicios de naturaleza intelectual, es decir, siempre esta imagen de la mujer como inferior a nivel intelectual y de ahí la prohibición, incluso, de poder recibir educación.

Este prejuicio intelectual enlaza con el prejuicio moral, que es el que más le va a pesar a ella, porque los argumentos que ella recoge para prohibir que las mujeres se eduquen es porque pensaban que una mujer educada iba a tener costumbres más “relajadas”, iba a expresar cierta “malignidad” que se hallaba en la “naturaleza” de la mujer, entonces, el remedio era tenerla encerrada en la casa y, además, ignorante.

Es interesante pensar, además, en los elementos filosóficos detrás de estos prejuicios y aquí nos encontramos con la biología aristotélica, ya que Aristóteles dice en “La generación de los animales” que todos los seres humanos somos varones, originalmente, pero por un defecto que se produce en el momento mismo de la concepción: falta de calor vital o algún defecto de la materia que aporta la mujer, se frustra la posibilidad de ser varón y, entonces, surgen mujeres y, entonces dice, explícitamente, que toda mujer es un varón frustrado, un varón que no alcanzó a ser lo que debería ser. Esta concepción que es estrictamente fisiológica, va a tener consecuencias durante siglos en otras áreas, particularmente, en todo lo que implica los derechos de la mujer.

La novela “La ciudad de las damas” está dirigida en respuesta a un poema alegórico que fue muy famosa en la Edad Media que se llama “Roman de La Rose” y cuya segunda parte, que es la más violenta contra las mujeres, la escribió Jean de Meung. Antes de escribir “La ciudad de las Damas” , Cristine de Pizán escribe contra Jean de Meung y a partir de ello, sus defensores comenzaron a difamarla públicamente, entonces, Cristine de Pizán reacciona de una manera que no es la que esperaba en el Siglo XIV porque lo que hace es que ese debate tome una dimensión pública, es decir, el lugar típico de las mujeres era la casa o el convento, y Cristine, cuyo lugar típico es la Corte, va a tomar esta polémica y escribe dos cartas: una a la Reina de Francia y otra al Obispo de París, haciendo pública la querella y empieza a investigar cuál es el origen histórico de los prejuicios contra las mujeres.

En el fondo, hay todo un juego de máscaras, pues ella se dirige directamente contra Jean de Meung, pero detrás de él hay toda una serie, prácticamente interminable en la historia, y ella llega a decir “todo texto es misógino”, consiguiendo a través de esa polémica ampliar el panorama y mostrar que el problema era bastante más grave.

En el poema de Cristine de Pizán, para poder habitar la ciudad de las damas, sólo hay que ser mujer y ella no hace ninguna diferencia entre personajes históricos, mitológicos y literarios que tienen, desde luego, un valor simbólico, e incluso, al final del texto, hace un llamamiento a que sea un baluarte para mujeres de toda condición. La perspectiva de Cristine de Pizán, es armar un colectivo que rebasa totalmente los límites de la religión o los límites de las clases sociales y, eso, en el Siglo XIV es realmente novedoso.

Cristine abogaba por el derecho de las mujeres a tener una educación y nos dice “A todas ustedes, mujeres de alta, media y baja condición, que nunca les falte conciencia y lucidez para poder defender su honor contra sus enemigos. Verán cómo los hombres las acusan de los peores defectos: quítenle la máscara, que nuestras brillantes cualidades demuestren la falsedad sus ataques. Huyan, queridas amigas, huyan de los labios y sonrisas que esconden envenenados dardos que las harán sufrir. Gocen del saber y cultiven sus méritos”

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