La migración humana a través del mundo existe desde el inicio de los tiempos. No es necesario hacer una clase de historia universal y latinoamericana para demostrar cómo los procesos históricos, económicos y sociales mueven al ser humano en búsqueda de otros rumbos.
Si miramos un poco al pasado de nuestra región, un debate similar al que damos hoy se dio en el puerto hermano de Tocopilla respecto a los migrantes chinos, donde la élite, concentrada en los autodenominados “grandes hombres” acentuaron su disconformidad con la migración asiática, por los “problemas” que ésta generaba, mientras paradójicamente eran puestos a trabajar en las condiciones más precarias de la cadena laboral, y peor aún, el silencio abundaba mientras ingleses y estadounidenses se llevaban frente a nuestras narices nuestras riquezas, ¿Les suena conocido esto?
Ello refleja en primer lugar que, a pesar de que lo anterior sucedía hace casi un siglo, los estados y, particularmente el nuestro, no han logrado consolidar una política pública que reconozca la migración como algo mucho más allá que la riqueza e integración cultural y económica del Cono Sur, sino que también una que acentúe políticas de relaciones humanas, no relativizando los discursos pues, en mi opinión, a los hermanos y hermanas migrantes se les debe tratar de la misma manera que a mí me gustaría que trataran a mis compatriotas en el extranjero: como seres humanos y personas con derechos – y también deberes – y, en ese sentido, sostengo que una política que sólo mira la economía como la transferencia de mercancías sin profundizar en el cómo esto afecta al ser humano, es la cruel expresión de una economía neoliberal.
Un botón de muestra de aquello, es cómo la actual Estrategia Regional de Desarrollo (ERD) en su lineamiento de “Integración e internacionalización” plantea “Consolidar la integración y fortalecer la internacionalización de la Región de Antofagasta como plataforma de negocios para la provisión e intercambio de bienes y servicios” pero que, al momento de responder a crisis como la que hoy vivimos, quedamos atados de manos, citando el humanitarismo sólo como un discurso y ciertas voluntades que se lleva el viento, y en donde las instituciones públicas “tienen la facultad de no responder”.
Con lo anterior, quienes entendemos la política como el instrumento para solucionar la calidad de vida de las personas, debemos ser claros: que ante una crisis humanitaria de tal magnitud, no hay rango para relativizar una ayuda humanitaria, tampoco para los lavados de manos por parte de las autoridades, y que debemos esforzarnos por las necesarias coordinaciones para atender la actual situación. Resulta incluso insultante que el propio Piñera montara un show mediático en Cúcuta, invitando a venezolanos a Chile, y que hoy él y su gobierno crucen los brazos.
Pero además, tenemos un necesario debate que abordar y concluir: el entender la migración desde todas sus aristas. Esto incluye la perspectiva de derechos, es decir, es necesario abordar una política de respeto hacia las personas independiente de su nacionalidad, con una mirada particularmente internacionalista desde el Cono Sur, que nos permitirá, a través de los estados, construir una nueva forma de relacionarnos en la que la migración se entienda como un derecho fundamental y que en nuestra región podamos atender; no es posible que exista una mirada más estratégica para el tránsito de frutas que para la de los seres humanos.
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