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viernes, 19 abril, 2024
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Columna de opinión

Pablo Milanés: la noche que Antofagasta se rindió ante el corazón del poeta

"El clima político del concierto no sobrepasó el valor de las canciones. Pablo se encargó de irradiar un espíritu más sereno. No hizo ningún tipo de referencia al tema de Pinochet, y todo lo que tenía para decir lo dijo por intermedio de las canciones", Marcela Mercado, gestora cultural

El trovador Pablo Milanés estuvo 26 años sin pisar suelo chileno. “Hasta que el general Pinochet no dejara su puesto como jefe del ejército” señaló, no cantaría en el país. Eso había prometido y eso cumplió y aunque en el año 1998, la sombra del militar, en ese momento senador vitalicio, parecía dominar la escena y los destinos de un Chile dividido en dos, luego de que una votación del Congreso terminara por rechazar la acusación de juicio político al ex jefe del ejército chileno, Pablo Milanés iniciaba una gira por el país y volvía a pisar las calles chilenas nuevamente.

La ciudad de Antofagasta fue parte de esa gira. El Estadio Sokol se vistió de gran gala y casi cuatro mil personas repletaron el recinto donde resonaron las canciones de siempre, para los que sobrevivieron y para las nuevas generaciones. Las consignas políticas del pasado cobraban actualidad y también los cánticos, como el «Se siente, se siente, Allende está presente», al tiempo que se hacían flamear banderas chilenas y cubanas. En un ambiente que reflejaba la herida abierta de un escenario político que no podía desprenderse de la figura paternalista de Pinochet, los asistentes exorcizábamos su presencia gritando repetidas veces y a coro «Pablo querido, el pueblo esta contigo». Hasta que, finalmente, Pablo Milanés asomó su presencia en el escenario, hizo un esfuerzo para subirse a una tarima donde estaba su silla y su atril, se puso de frente al público y abrió los brazos en forma de cruz.

Para los antofagastinos presentes, Pablito no había cambiado nada de la imagen de los cassettes en que lo oíamos, salvo esa cabellera mota mucho más corta que en sus años de juventud revolucionaria. Toda la memoria colectiva de una generación apareció como un flash y tomó posesión de nuestros estados de ánimo. Los jóvenes y más chicos estallamos en aplausos y los más grandes simplemente lo miraban y lloraban.

Rodeado por una banda de seis músicos que dieron espacio al jazz, a los ritmos latinos y a un sonido más sinfónico, menos intimista, el cubano impuso aquella noche, ese tono caribeño y nasal que le había servido como transmisor de su obra. Y así, sin declinar en su nivel musical y en la emotividad, logró que el momento histórico se elevara sobre el propio acontecimiento artístico.

El clima «político» del concierto no sobrepasó el valor de las canciones. Pablo se encargó de irradiar un espíritu más sereno. No hizo ningún tipo de referencia al tema de Pinochet, y todo lo que tenía para decir lo dijo por intermedio de las canciones.

La gente agitaba las banderas saludando al artista y la piel se erizaba nuevamente. La poesía de Nicolás Guillén, en «De que callada manera», enmudeció al público por su belleza y desnudó la sensibilidad del músico; después, llegó toda una declaración de identidad y principios con «Amo esta isla».

Tras una hora y media de concierto se retiró del escenario visiblemente agotado. Pero nadie se movió de sus lugares y obligaron al músico a que apareciera una vez más. Nos regaló «Yolanda» para que todos la cantáramos, eternamente.

Aquélla, fue una celebración por el encuentro y la memoria. El trovador estaba feliz por pisar estas calles nuevamente, pero todos pedimos perdón, «por los muertos de su felicidad».

Pablo Milanés había comenzado a cantar a los seis años, su madre, Caridad, lo llevaba a programas en su pueblo, pues veía que el niño tenía mucho potencial. Cuando la familia se trasladó a La Habana, saltó a la televisión. Pablo se formó entre el Conservatorio y la calle, tuvo una carrera repleta de éxitos, más de treinta discos en solitario y recorrió el mundo con su voz, su poesía y su trova. Un día del año 1998 estuvo y cantó en nuestra ciudad. Pablo ha partido y aquella noche extraordinaria existe, ya, sólo en nuestra memoria.

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