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sábado, 20 abril, 2024
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¿Podemos ser realmente felices? Literatura y Felicidad

"En nuestro país, luego de un Estallido social, una pandemia planetaria, un ciclo de crisis político, sanitario y económico, lo que queda en el aire es esta idea del imperativo impuesto de ser seres felices, un pueblo feliz, a pesar de todo", Marcela Mercado, Gestora Cultural

En nuestro país, luego de un Estallido social, una pandemia planetaria, un ciclo de crisis político, sanitario y económico, lo que queda en el aire es esta idea del imperativo impuesto de ser seres felices, un pueblo feliz, a pesar de todo. A pesar del malestar, a pesar de la falta de legitimidad de nuestras instituciones, a pesar de la precariedad y la vulnerabilidad de amplios sectores de la población.

Entonces, es dable preguntarse, ¿podemos ser realmente felices?

La literatura, como se imaginarán, ha pensado muchísimo en la felicidad, ya sea en los modos de buscar y entender sus causas, ya sea en sus procedimientos para dar imágenes, figuras y construcciones de ciudades, personajes o situaciones felices. Cuando se excede en este intento hablamos de una utopía, que narra un mundo que no tiene lugar y en el que las personas pueden ser verdaderamente felices: la referencia obligada es la “Utopía” de Tomás Moro del siglo XVI, que se trata de una sociedad cuyas instituciones son reguladas por la razón libre de codicia y caracterizada por la propiedad común de los bienes; en el reverso, en la distopía, la felicidad se convierte en pesadilla y la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley se asoma para sumergirnos en la amargura desesperanzada: la novela narra una sociedad futura en la que las personas son formateadas desde la infancia con disciplinamiento y químicos, así son preparadas para ser parte de la clase social a la que pertenecerán. Este condicionamiento es acompañado por una labilidad extrema en las relaciones humanas y por el uso de una droga, el “soma”, que mantiene calmos a los sujetos. En el mundo de Huxley la eficiencia y la tecnología se convierten en factores que atacan a la libertad y al libre albedrío, pero a la vez, también, a la posibilidad de conflicto y de dolor.

¿Se puede ser feliz sin conflicto? Así parece creerlo El Sueco Levov, protagonista de la novela “Pastoral Americana” de Philipe Roth. Levov, presentado como una suerte de ser superior y, por lo demás, virtuoso, persigue la felicidad según el sueño americano, que consiste en ser campeón en deportes, recibir la fábrica de guantes de su padre y ser un eximio jefe, casarse con la Miss New Jersey y tener hijos.

El Sueco Levov cumple sus objetivos siempre con una mirada optimista sobre la vida, tratando de desviarse de los conflictos, hasta que un hecho límite lo arruina todo: su hija Merry Levov se radicaliza en el contexto de las luchas contra la guerra de Vietnam y realiza una serie de atentados, cobrándose la vida de cuatro personas. Merry huye y luego ingresa a una secta y El Sueco sufre terriblemente la pérdida, torturado por remordimientos e impotencia por no poder ayudar a su hija. Podemos decir que “Pastoral Americana” propone una interpretación de la historia norteamericana que afirma la imposibilidad de una sociedad plena de felicidad y sin problemas, una preocupación excesiva por las apariencias, un impulso vital que anula o esquiva la confrontación, una mirada hacia adelante que roza la ceguera hasta que se enfrenta con el horror más cruento que, inevitablemente, nos llevan a realizarnos la pregunta ¿qué tipo de felicidad sostiene El Sueco Levov? quién produce los sueños de felicidad que todos parecemos soñar? Pareciera ser que todo aquello que produce felicidad es aquello que no tengo y que debo conseguir con mirada positiva y voluntad individual, ya sea un trabajo exitoso, una familia, un cuerpo modelado, una ciudad perfecta y sin complejidades.

La distopía de Huxley resuelve la carrera loca: adoctrinamiento y soma para todos, la procesión del vació va por dentro y, en rigor, nada depende demasiado del esfuerzo personal. Pero en “Pastoral Americana”, más parecida a nuestra propia sociedad, las cosas se dan en un marco en que las cosas funcionan, El Sueco Levov efectivamente es feliz y lo es, además, siendo un hombre honesto, solidario con sus cercanos, pero su mundo no puede evadir una serie de grietas: una guerra injusta, conflictos raciales, su esposa que se deprime y detesta su carrera como Miss Universo: se trata de la emergencia de los “otros”, los que sostienen su mundo de felicidad.

Y ¿qué puede la literatura acerca de la felicidad, además de mostrar su posibilidad o no? Tal es la pregunta que gira en torno a la famosa idea de la literatura como “promesa de felicidad” que, en rigor, es un derivado de la frase “la belleza es una promesa de felicidad” de Stendhal. Más que una promesa, podríamos decir que la literatura es una de las formas de felicidad aquí y ahora, en el mismo momento en que el escritor escribe y el lector lee. Por supuesto, no podemos negar algunas experiencias tortuosas en estas actividades: la catarsis, el bajón producido por las lecturas de oscuridades varias, pero, aún en esos casos, nos atrevemos a evocar momentos dichosos.

Es posible que la verdadera falta de felicidad sea el bloqueo creativo para el escritor y la imposibilidad de la experiencia para el lector o, como lo narrado por las novelas de Huxley y Roth, la pretensión de que la felicidad sea lo único que aparezca en escena, negando u ocultando el conflicto. Tal como lo señalara Albert Camus en “El Mito de Sísifo”, aún en ese eterno castigo que es empujar una roca que se cae, debemos imaginarlo silenciosamente alegre, ya que su destino le pertenece. Cuando creamos algo o leémos, nada falta y aún en el dolor, como dice Camus, siempre ganamos, pues “el hombre absurdo cuando contempla su tormento, hace callar todos los ídolos”.

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