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domingo, 28 abril, 2024
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Columna de opinión

Sugerido: Neruda, Los Javias y las alturas de Machu Pichu

Existe una tendencia en las artes que busca unir poesía, música y danza a través de procedimientos intermediales, con el fin de traducir un lenguaje, por ejemplo, el literario, en otro distinto, en este caso el musical, dando origen a un hecho cultural total.

Esto es interesante, ya que el musicalizador ejerce una función similar a la de un crítico: separa, fragmente, analiza el texto, realiza una lectura propia y legítima con el objetivo de otorgarle un formato sonoro. Al enfrentarnos a este tipo de ejercicio, como el poema musicalizado, podemos deducir que la literatura no está sujeta a los límites de la escritura, por lo que el músico nos pone frente a una literatura que está fuera de sí.

Podemos pensar esto desde el álbum del grupo chileno Los Jaivas, “Alturas de Machu Pichu”, obra que musicaliza el popular poema del Premio Nobel chileno Pablo Neruda, logrando una obra que ha sido considerada como magistral y fiel al contenido del original.

Machu Pichu, del quechua sureño, significa “montaña vieja” y es el nombre contemporáneo que se da a una llajta o antiguo poblado andino inca de piedra, construida principalmente a mediados del siglo XV, en el promontorio rocoso que une Machu Pichu y Huayna Pichu en la vertiente oriental de los andes centrales al sur del Perú

Tanto o más conocido que el mismo disco es el especial para televisión que el grupo grabó en las ruinas, entre el 9 y el 12 de septiembre de 1981, con la participación del escritor peruano Mario Vargas Llosa, presentando el Canto.

Cuando el productor musical peruano Daniel Camino le propone al grupo la musicalización del poema, junto a la presencia de grandes voces, ellos lo miran como uno de los tantos sueños que se les había presentado, pero a poco andar se sorprenden con la concreción del proyecto, comenzando el ejercicio de lectura crítica del poema, separando los elementos fonéticos, semánticos y semióticos que darán origen a una obra nueva que incorpora no sólo la dimensión textual e intelectual del texto de Neruda, sino además dotándola de una estructura melódica.

El encuentro entre las ruinas de Machu Pichu y Pablo Neruda fue providencial para la poesía. Aunque era conocida por los pastores y campesinos, fueron descubiertas para el mundo por el arqueólogo Hiran Bingham en 1911. Cuando Neruda subió al lugar, en octubre de 1943, el viaje desde El Cuzco era largo y fatigoso y la vegetación se enroscaba aún entre los andenes, lo que acentuaba el carácter mágico y religioso que tuvo siempre ese lugar. La leyenda dice que la primera exclamación del vate al subir y enfrentarse a esas cumbres y al soberbio espectáculo de lo hecho por el hombre y la naturaleza, habría sido “qué sitio para un cordero asado”.

La experiencia lo conmovió profundamente, estimulando su imaginación y su verbo. Muchos años después, en sus memorias, recordaría así aquel momento : “ me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra. Ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente al que, de algún modo, yo pertenecía. Sentí que mis propias manos habían trabajado allí en una etapa lejana cavando surcos, alisando peñazcos. Me sentí chileno, peruano, americano. Había encontrado en aquellas alturas difíciles una profesión de fe para la continuación de mi canto.”

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