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viernes, 25 abril, 2025
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Columna de opinión

El poder de los comentarios: cómo el clima digital se convierte en realidad

"En tiempos de voto obligatorio, el juicio social ya no se emite solo en las urnas: se redacta, con rabia o silencio, en la barra de comentarios", Patricio Encina Figueroa, consultor - Doctor en Comunicación

En una columna anterior planteé que, en el contexto chileno de voto obligatorio, el clima digital ya no es solo una atmósfera simbólica, sino un predictor electoral. Sin embargo, hay una capa más profunda —y más insidiosa— que merece atención: el verdadero clima digital no se construye tanto en las publicaciones, sino en los comentarios.

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En tiempos de polarización emocional, los muros de redes sociales se han transformado en espacios de batalla simbólica, donde no importa tanto qué se publica, sino qué se comenta y cómo se comenta. La sección de comentarios ya no es un apéndice: es el corazón de la percepción digital.

El fenómeno tiene una lógica perversa. Quienes odian o están en contra no tienen problema en escribir, atacar, ironizar o simplemente degradar al otro. En cambio, quienes apoyan o defienden una postura suelen callar. ¿Por qué? Porque saben que cualquier comentario positivo puede desatar una tormenta de odio. Prefieren dejar un “me gusta” antes que entrar en discusiones sordas que, como advertía Umberto Eco, terminan en el fango.

Esto genera una asimetría emocional: las publicaciones pueden estar llenas de reacciones positivas, pero los comentarios están dominados por el rechazo. Y en lo digital, la percepción manda. Una publicación con mil “me gusta” y cien comentarios negativos será leída como impopular. El algoritmo no corrige eso. Lo amplifica.

El resultado es un efecto de ilusión de mayoría crítica. Al leer los comentarios, un usuario común —muchas veces indeciso o poco informado— percibe que “todo el mundo está en contra”, y esa percepción puede moldear su opinión, o al menos debilitar su adhesión.

Pero el asunto no termina en la pantalla. Ese clima digital adverso traspasa con rapidez a lo real. Se replica en la micro, en el café, en la sobremesa del domingo. Lo vemos incluso en los matinales o en paneles de radio: frases sacadas de comentarios que se transforman en “voz del pueblo”. En este ecosistema líquido, lo que se comenta en digital hoy, se repite en voz alta mañana. Ya no hay frontera clara entre lo viral y lo social.

Este fenómeno tuvo una expresión clara en el plebiscito constitucional de 2022. Las cuentas del Apruebo recibían un aluvión de comentarios negativos. Aunque muchas publicaciones generaban reacciones favorables, los comentarios estaban plagados de burla, crítica y desprecio. Esa narrativa —sumada a errores de campaña— terminó instalando un sentimiento de rechazo que luego fue confirmado en las urnas.

Cabe, entonces, hacerse una pregunta legítima y tentadora: ¿qué habría pasado si el clima digital adverso que se observaba semanas antes del plebiscito hubiera sido contenido o revertido? ¿Podría haber cambiado el resultado?

Y como decía mi abuelo: “Si mi abuela tuviera ruedas, sería carretilla.” La historia no se escribe con hipótesis, pero sí se analiza con memoria. Y hoy, esa memoria ya no vive en los libros: vive en los comentarios.

La gran pregunta sigue siendo inquietante: ¿quién está moldeando la percepción pública? ¿Los medios? ¿Los candidatos? ¿O los comentaristas digitales —anónimos, articulados o espontáneos— que dominan la conversación porque el resto simplemente se cansa de discutir?

Porque si el costo de opinar positivamente es el linchamiento digital, y el costo de odiar es nulo, el ecosistema se contamina. Y en ese ambiente, el votante silencioso no encuentra argumentos, solo climas. Y los climas se vuelven votos.

Las campañas ya no se juegan solo en la franja o en la calle. También se juegan —y muchas veces se pierden— en los foros de Facebook, los hilos de X, y los videos de TikTok, donde el barro no solo se lanza, se comparte y se transforma en juicio social.

En definitiva, si en la era del voto obligatorio el clima digital sí vota, como argumenté antes, entonces debemos aceptar una conclusión aún más incómoda: el odio que se escribe en los comentarios también vota. Y muchas veces, gana.

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