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jueves, 28 marzo, 2024
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Aquí no ha pasado nada

"Si falta inteligencia policial, que nos lo digan. Si faltan recursos, también. Si se necesitan más fiscales, grítenlo. Si se requieren leyes que agilicen procesos, háganlo. Pero lo que no podemos seguir tolerando es la inercia, la frase armada, la moralina de quedarse solo con el "problema de fondo"", Jorge Ortiz, periodista.

Cuando tenemos a un grupo de delincuentes que no teme enfrentarse a plena luz del día afuera de un colegio, es porque el problema frente a nuestras narices es mucho más complejo del que nos quieren hacer creer las autoridades.

Lo ocurrido al medio día de este lunes en el exterior del Colegio Antofagasta ya parece parte del paisaje. Conmociona, pero no sorprende. O, al menos, nadie puede decir que no lo vio venir. 

Un par de semanas atrás, cerca de la hora de almuerzo, un sujeto portaba una escopeta hechiza en Plaza Sotomayor mientras cientos de personas transitaban por el lugar. Hace un par de meses, como si fuera Sinaloa (México), delincuentes arriba de un auto balearon el frontis de una casa en calle Azapa cuando el reloj recién marcaba las 21 horas. Los horarios y lugares donde se cometieron todos estos hechos solo nos demuestran una cosa: se perdió el temor a la persecución policial.

La delincuencia ha cambiado en Antofagasta y en eso existe cierto consenso. Del robo en lugar no habitado, delito que no implicaba una interacción entre el victimario y la víctima, hubo un giro sostenido hacia hechos donde está latente la interacción entre ambos, o derechamente no importa el contexto ni lugar donde este se perpetre. Es necesario que las autoridades y entes persecutores nos expliquen ¿en qué momento se perdió la batalla contra la delincuencia?.

Cualquier economista sabe que las cifras son «torturales»; es decir, pueden decirnos lo que queramos escuchar, y así los diversos gobiernos nos han planteado el enfoque que quieren mostrarnos, el abordable, ocultando lo urgente con lo importante, cuando hoy, frente a este problema, parece que ambas connotaciones se funden en una sola.

Todo esto mientras en las poblaciones de Antofagasta sus vecinos advertían que el camino iba por uno muy distinto al de los datos oficiales. Mismo poblador quien, al igual que todo el barrio, sabe perfectamente dónde y quiénes comercializan la droga, notaron cuando comenzó a aumentar la presencia de armas de fuego, mientras al mismo tiempo se pregunta ¿cómo puede ser que aquello no lo observen los encargados de perseguir el delito?.

No se trata de centrar el debate en la búsqueda de responsables, pues aquello nos seguiría estancando en una discusión que inmoviliza a la clase política y que termina por obstaculizar cualquier avance en esta materia. Sin embargo, las luces rojas de hoy, la antecedieron amarillas, como lo ocurrido el año 2013, cuando el monumento natural La Portada fue el escenario de dos hechos de sangre que sorprendieron por una brutalidad pocas veces vista en nuestra ciudad.

El primer crimen ocurrió el 23 mayo de dicho año cuando un ciudadano boliviano de 26 años fue torturado salvajemente y atado de manos y pies con cinta adhesiva, para terminar su castigo siendo lanzado por un acantilado de 60 metros. Pasaron solo dos meses para que se registrara otro hecho policial en el mismo sector. El 30 de julio, fue hallado el cuerpo de un hombre de 31 años con dos impactos de bala en su cara, quien luego fue lanzado al vacío por 40 metros.

Por esos años, también era común la frase que Antofagasta era una «ciudad de paso» de la droga pese a que los hechos nos han demostrado que eso ya no es así. Las bandas están en la ciudad, operan en esta y arreglan «sus problemas» como están acostumbradas a hacerlo: brutalmente y a sangre fría. Puede sonar exagerado, o quizás a esta altura ya no tanto, pero al nivel que está escalando esta situación perfectamente el día de mañana podemos encontrarnos a un tipo colgando desde un puente como «señal» a bandas rivales. Pues seamos claros, aquí todas las autoridades pueden plantear que han intentado avanzar en la materia, pero a la luz de los hechos que vemos, o se equivocaron de camino o el trazado no era el correcto.

Si falta inteligencia policial, que nos lo digan. Si faltan recursos, también. Si se necesitan más fiscales, grítenlo. Si se requieren leyes que agilicen procesos, háganlo. Pero lo que no podemos seguir tolerando es la inercia, la frase armada, la moralina de quedarse solo con el «problema de fondo» opacando la voz del vecino que venía advirtiendo todo lo que hoy estamos viendo.

La región no soporta más. Tampoco podemos permitir que esta escalada de hechos violentos sean rápidamente desviados de la atención pública por algún volador de luces o anuncio sobre la inauguración de tal o cual obra. Aquí se necesita un plan de acción claro y con todos los actores en la misma mesa, pues fue precisamente la lógica del «aquí no ha pasado nada», la que nos llevó a que hoy esté pasando de todo.

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