El ingeniero agrícola Juan Rojas Pallero lleva años recorriendo los rincones de la zona costera de Antofagasta, como parte de distintos proyectos de investigación y por su interés personal de conocer más sobre la flora endémica de la región.
Rojas recuerda que hace 15 años, la zona de Caleta el Cobre, situada 90 kilómetros al norte de Paposo, era abundante en presencia de la Copiapoa solaris, una planta de la familia de las Cactaceae, caracterizada por su intenso verde y sus largas espinas amarillas, además de su lento crecimiento, de apenas unos milímetros al año.
“En un área de diez por diez metros, podíamos encontrar cinco cactus, es decir, tenía una densidad considerable”, recuerda el profesional del Instituto Antofagasta de la Universidad de Antofagasta, mientras recorre nuevamente el mismo sector.
Sin embargo, el escenario ahora es muy distinto. La Copiapoa solaris casi ha desaparecido de las áreas costeras cercanas a Caleta el Cobre donde antes se le podía encontrar, y en la parte un poco más elevada, si bien todavía existe, su población está seriamente diezmada.
De hecho, hay amplias zonas donde todos los ejemplares a la vista están muertos y completamente secos, mientras en otros puntos, manchones blancos sobre el terreno rocoso indican que allí alguna vez hubo, pero murieron y se desintegraron hasta desaparecer. Sólo en las zonas de más difícil acceso aún se hallan especímenes sanos, la mayoría jóvenes y en número inquietantemente bajo.
Recorrido
Interesados en la sobrevivencia de esta especie, científicos de la Universidad de Antofagasta recorrieron los alrededores de Caleta el Cobre para verificar el estado de las poblaciones de Copiapoa solaris y avanzar en un diagnóstico que sirva de base a acciones de preservación para esta especie endémica de la región.
Al frente del grupo, Juan Rojas con toda su experiencia de campo, y el Dr. Pedro Zamorano Molina, director del Instituto Antofagasta de la UA.
Como principal resultado, la expedición constató la seria amenaza que enfrenta esta especie de cactácea, que, de acuerdo a lo observado, incluso podría estar experimentando un aceleramiento en su ritmo de desaparición.
Según estimaciones hechas por el grupo, sobre el 70% de los ejemplares detectados estaba muerto y el resto se dividía entre cactus parcialmente secos y unos pocos ejemplares sanos, ubicados principalmente en algunas quebradas.
El Dr. Pedro Zamorano explicó que incluso se encontraron áreas donde toda la población de cactáceas había muerto, involucrando decenas, o cientos, de ejemplares extintos, lo que resulta muy llamativo desde el punto de vista científico.
“Lo que uno vería si esto fuera parte del ciclo natural de vida de las cactáceas sería ejemplares nuevos que están floreciendo, conviviendo los ejemplares mayores, pero en ciertos puntos sólo vemos ejemplares bastante desarrollados y están todos muertos, así que parece que esto no es parte del ciclo de vida y muerte de la comunidad que habita este sistema, sino que se trata de otro fenómeno que debemos investigar más”, apuntó.
Zamorano agregó que esta primera visita sin duda los deja preocupados. “Quedamos bastante preocupados. Una de las razones por las que vinimos era saber si existían ejemplares o no existían ejemplares, y sí, vimos algunos vivos, muy pocos, y generalmente bastante jóvenes. Sabemos que esta cactácea tiene un ritmo de crecimiento muy lento y eso implica que las tasas de regeneración de la especie pueden estar afectadas”, agregó el especialista.
Factor biológico
En relación a las posibles causas de la desaparición de la especie, Juan Rojas apunta de inmediato al cambio climático y la sequía, pues ya no existe tanta neblina en la zona, que es su fuente de agua; pero también, y con especial fuerza, a la alteración del hábitat por parte de los seres humanos.
“Se han construido caminos y se observan empresas mineras operando y depositando material en zonas de quebradas donde antes existieron cactáceas, entonces hay una alteración del ecosistema que es importante”, señaló.
Otro elemento a considerar, advierte Rojas, es el tráfico de cactáceas hacia el extranjero, pues, aunque se trata de una especie protegida por la legislación, se conoce que personas las extraen para enviarlas a Europa, donde alcanzan altos precios.
El Dr. Pedro Zamorano explica que se requerirá hacer un estudio más acabado para determinar lo que está pasando y cuál es el futuro de la Copiapoa solaris.
Al respecto, el investigador aporta como dato nuevo que se detectó la presencia de restos de un caracol en muchas de las plantas secas, por lo que podría también haber un factor biológico afectando a esta población.
“Se hace imprescindible estudiar más, con las herramientas adecuadas, hacer un catastro para saber qué tan afectada está su población, porque creemos que esta es una especie que tenemos que preservar”, indicó el especialista.
Cabe precisar que actualmente el Vivero de la Universidad de Antofagasta cuenta con una especie de Copiapoa solaris adulta y sana, que podría ser eje de un programa de estudio y preservación de esta planta del desierto, que alguna vez fue abundante en Caleta el Cobre y sus alrededores, pero hoy corre serio peligro de desaparecer.
“En el Instituto tenemos el ‘know how’ y creemos que a futuro podríamos pensar en un programa amplio de preservación de especies endémicas amenazadas, con la Copiapoa solaris como estandarte, y el apoyo de la comunidad y de los organismos correspondientes”, apuntó el Dr. Zamorano.