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jueves, 25 abril, 2024
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Columna de opinión

Ni galgos ni podencos

"Se debe apoyar a las fuerzas policiales sin tanto titubeo (...) Entrar con las cuestiones bizantinas, sobre problemas de corrupción, es buscar argumentos que no guardan conexión con las exigencias que pide la ciudadanía hacia nuestros cuerpos policiales", José Antonio González Pizarro, Universidad Católica del Norte

El tema de la seguridad pública o ciudadana en términos amplios, se ha traducido en un tópico que encierra un espectro desde la perplejidad ante tantos asesinatos de Carabineros y enfrentamientos con la Policía de Investigaciones hasta debatir sobre las medidas que deben resguardar a nuestros policías.

Los fantasmas de diversas índoles que invaden a determinados parlamentarios, para otorgar mayores y mejores resguardos tanto legales como físicos, a las fuerzas policiales, solo contribuyen a plantear cierta desazón en la ciudadanía. Un senador por la región de Arica y Parinacota ha graficado de modo dramático la coyuntura: los delincuentes nos van a matar a todos.

Las ciencias sociales han demostrado que los espacios públicos- léase, plazas, jardines, juegos infantiles, etc- que ya no ocupamos en nuestro descanso o en acompañar a los niños a recrearse, son tomados por los delincuentes; al igual, que las casas desocupadas o aquellos inmuebles que denotan cierto deterioro, como los vidrios quebrados de una ventana, que fue el experimento llevado a cabo por los sicólogos norteamericanos James Q. Wilson y George Kelling, fundamentando la “Teoría de las ventanas rotas”, aplicado a una casa, un edificio o un vehículo. Todo deterioro es leído como algo que no tiene interés para el ocupante o para la comunidad.

Restablecer el orden público, parece plantearse como una tarea que no solamente tiene que guardar relación con la delincuencia y su violencia urbana, sino con posesionarse por la ciudadanía de las calles, las veredas, las plazas, donde el deambular sea seguro, limpio, zonas de respirar el verdadero urbanismo que debe reflejar el estado de una ciudad, con su modo de ser; no tantos vendedores ambulantes, carritos de fritangas, interrupciones para el tránsito de las personas. En esta perspectiva, se debe apoyar a las fuerzas policiales sin tanto titubeo, pues la última norma aplicada para ellos, no solo le entrega este resguardo legítimo del uso de las armas, sino que pueda extenderse tal amparo hacia la población que trabaja diariamente, haciendo crecer a nuestro país.

Entrar con las cuestiones bizantinas, sobre problemas de corrupción, es buscar argumentos que no guardan conexión con las exigencias que pide la ciudadanía hacia nuestros cuerpos policiales. La corrupción no está impune. Los tribunales de justicia están abocados a tales delitos.

Que no nos vaya a pasar, lo que Tomás Iriarte en la fábula de los “Los dos conejos” nos dejó como lección o moraleja: nuestro enemigo en la armonía social, en la paz de nuestras arterias y hogares, puede ser el galgo (el delincuente nativo) o el podenco (el delincuente extranjero). Ambos son peligros para la sociedad, y si no actuamos de modo presto, a nivel legislativo, tanto el ciudadano (un conejo) como el policía (el otro conejo) serán abatidos por los galgos y podencos del célebre apólogo español.

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